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Historia

Los 335 birrias que ayudaron a costear el ‘Stadium’

El primer recinto donde hoy se asienta el actual Heliodoro Rodríguez López fue sufragado, en parte, por las aportaciones de decenas de empresas y particulares que suscribieron el empréstito emitido por el CD Tenerife.

Información-Fotografía: ACAN

Fotografía: desde la izquierda, Juan Yanes Rodríguez, Santiago García Sanabria y Ramón Gil Roldán.

La génesis del primitivo Stadium de Tenerife que este viernes, día 25 de julio, cumple su primer siglo de vida fue debida al impulso decidido de la junta directiva del CD Tenerife y, en último término, a un crédito de la Caja General de Ahorros que pese a ser obtenido “en ventajosas condiciones” nunca terminó de devolver e hizo que perdiera la propiedad de la instalación hasta que el presidente Rodríguez López la recuperó acabada la guerra civil. 

Pero en medio llama la atención la aportación incondicional de 335 empresas y particulares que con entre 100 y 20.000 pesetas de la época suscribieron participaciones del empréstito emitido por el club para hacer frente a la compra de la finca Cañadas –donde se asienta el Heliodoro Rodríguez López que conocemos– y a la obra civil que permitió que, en menos de un año, se levantaran los dos graderíos y el campo de juego que durante cien años ha obrado como coliseo blanquiazul.

La comisión pro-Estadio.- En enero de 1924, solo un año y medio después del nacimiento del CD Tenerife, la junta rectora fundacional presidida por Mario García Cames ya había asumido que el pequeño campo de la calle Miraflores no estaba capacitado “para albergar a todos nuestros seguidores”. Por ello, se encargó al vicepresidente Muñoz Pruneda, ingeniero y constructor, la redacción de un proyecto para levantar un nuevo estadio para el CD Tenerife, “en un lugar céntrico y bien orientado”. En paralelo, nació un comité pro-Estadio con la misión de hacer posible “la creación de nuestro nuevo terreno de fútbol”. Componían aquel grupo birrias ilustres de primera generación. Así, Juan Yanes Rodríguez (primer presidente del antecesor Tenerife Sporting Club), el doctor Ángel Capote (un benefactor incondicional del club nunca reconocido en su justa medida), el empresario portuense Sixto Machado, Álvaro Ruiz de Arteaga, Cristóbal Bento y el mismo Muñoz Pruneda, que al mes siguiente terminó de cargarse la mochila relevando a García Cames como rector tinerfeñista.

Un empréstito por 300.000 pesetas.- Tras cuatro meses de trabajo, el CD Tenerife dio a conocer en junio de 1924 las características del empréstito, que consistía en la emisión de tres mil obligaciones nominativas, por un valor unitario de 100 pesetas. Las condiciones fijaban la posibilidad de abonar la compra de participaciones de una sola vez o en diez cuotas en otros tantos meses. La entidad fijaba un interés de “al menos” el 6 por ciento anual y permitía, asimismo, que los títulos fueran “endosados o cedidos a terceras personas, debiéndose justificar las transmisiones por herencia con la debida documentación”.

El premio de ser abonado ‘fundacional’.- Que a los participantes en aquella suscripción popular les movía, por encima de todo, el sentimiento birria lo prueba el beneficio que ofrecía a cambio el CD Tenerife, más allá de la referida rentabilidad. No era otro que la “la propiedad temporal” de un asiento en el futuro Stadium que vencería –por supuesto– “al amortizarse las obligaciones suscritas”. Además, la renuncia al cobro de los intereses pactados se traduciría en un asiento de Gradería (el lateral adyacente al camino de San Sebastián) por cada dos obligaciones, un asiento de Preferencia (Tribuna) por cada cinco y un palco con ocho asientos (en el centro de la Tribuna) por cada cincuenta. 

Respuesta inmediata.- La opción, como anunció el CD Tenerife a modo de lema, “de engrandecer nuestra capital con una aportación de diez pesetas mensuales” hizo que la construcción del Stadium tuviera un gran apoyo popular, máxime cuando con los frutos del empréstito se pretendía atender la mitad del coste de adquisición de la finca lindante con el camino de San Sebastián, de la que era propietaria la familia Cañadas. Muchos aficionados, algunos de ellos anónimos, costearon su aportación endeudándose con préstamos personales para hacerse con las 100 pesetas mínimas requeridas. Otros, más pudientes, tiraron de fondos propios.

Las aportaciones más cuantiosas.- Entre las compras de títulos más cuantiosas figuraron las realizadas por la familia Rodríguez López, por los empresarios Sixto Machado, la viuda e hijos de Aureliano Yanes (liderados por el ya citado Juan), Francisco Pérez (un levantino emigrado a la Isla y famoso propietario de los helados La Valenciana) y el mismo Muñoz Pruneda, quien se hizo con cien obligaciones a través de la firma que administraba, Ley y Compañía. Fyffes Ltd., Hamilton & Co., Elder Dempster o la Compañía de Vapores –también empresas importantes del momento– respondieron al llamamiento, que en su primer día de suscripción recaudó 110.000 pesetas, de las que 20.000 eran del bolsillo de Sixto Machado.

Y las de directivos, empresarios, políticos…- En la extensa lista de 335 suscriptores, publicada diariamente en la prensa local, había protagonistas de toda condición. Solo cuatro mujeres (Concepción Magdaleno, Isabel García Martín, Eugenia Morales y Mercedes García Cruz), dos impositores procedentes de Las Palmas de Gran Canaria y hasta cuatro que rehusaron mayor protagonismo y aparecen en los periódicos solo con sus iniciales. Y partir de ahí, otros muy conocidos en el universo tinerfeñista. Cinco de los 11 miembros de la primera junta directiva de (Joaquín Cola, Antonio Álvarez, Melquiades González, Julio Fernández del Castillo y Rodolfo Krawany); su cuarto presidente (Arturo Rodríguez Ortiz) y dos expresidentes del Sporting Club Tenerife: Joaquín Casariego (su último rector) y Abelardo Molowny, padre del jugador homónimo blanquiazul en los años cuarenta. El mundo de la política estuvo representado, entre otros, por cuatro alcaldes de Santa Cruz de Tenerife: el entonces regidor, Santiago García Sanabria, un antecesor como Juan Martí Dehesa y dos futuros como Francisco Martínez Viera y Miguel Zerolo Fuentes. Y además, Maximino Acea Perdomo, profesor mercantil y presidente del Cabildo de Tenerife durante la II República. Otros perfiles profesionales incluyen al literato y cineasta Romualdo García de Paredes, al llamado “médico de los pobres” Manuel Betencourt del Río, al fotógrafo Adalberto Benítez, al abogado, periodista y escritor Ramón Gil Roldán o al fundador y primer presidente del Círculo de Bellas Artes, Antonio Lecuona Hardisson. Y en un curioso guiño de tinerfeñismo premonitorio, dos casos todavía más llamativos. El de Augusto Santaella Cayol, abuelo de Julio Colo Santaella, futbolista blanquiazul de leyenda y presidente de la entidad entre 1975 y 1976. Y el de José Clavijo de Torres, profesor y comerciante, abuelo de los hermanos Rafael y Jorge Clavijo García, hoy socios 2 y 3 del CD Tenerife.

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