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Especiales

Correa, el mejor central de América

El defensa uruguayo dejó huella en los dos años que jugó en el CD Tenerife, resultando pieza clave en el equipo que conquistó el ascenso a Primera División en 1961

A Heriberto Herrera le bastó un entrenamiento en el Helidoro para darse cuenta de que todas las referencias eran ciertas y que el Tenerife acababa de fichar un defensa colosal: el uruguayo Carlos César Correa Rodríguez (1936-2013). Ese 11 de agosto de 1960, el entrenador blanquiazul, paraguayo de nacimiento y conocedor del fútbol sudamericano, supo que su equipo, que el curso anterior había arañado la permanencia en las últimas jornadas, pasaba a ser favorito para subir a la máxima categoría.

El técnico era un hombre especialmente comedido, poco dado al optimismo o la charlatanería, pero esa misma tarde, tras la visita a la Virgen de Candelaria y durante la recepción del obispo Pérez Cáceres en el Palacio Episcopal, no tuvo reparo en brindar “por nuestro próximo ascenso a Primera División”.

El central uruguayo, procedente del Danubio de Montevideo, había llegado el día anterior con su esposa y sus dos hijas pequeñas (de uno y cuatro años). Cansado, con ‘jet lag’ y sin conocer a sus compañeros ni el fútbol español, demostró porque estaba considerado como “el mejor central de América”.

Insuperable por arriba y por abajo, era además dueño de un gran temperamento que agrandaba a los compañeros y achicaba a los rivales. Aún hoy es considerado como el mejor zaguero derecho que tuvo Danubio en toda su historia, pues no fallaba ningún cierre, era impasable en los ‘mano a mano’ y excelente en el juego aéreo”, recogen lo que de él se decía los periodistas Luis Padilla y Juan Galarza en su obra ‘El CD Tenerife en 366 historias’.

De padre español, en el CD Tenerife refrendó la fama de la que venía precedido. Y ya deslumbró en su primer curso: jugó 27 de los treinta partidos ligueros como titular, en los que el Tenerife solo recibió 19 goles.

Y así, desde el eje de una zaga que ha quedado grabada en la memoria de los aficionados (Colo-Correa-Álvaro), lideró al equipo hacia el ascenso a Primera División.

En Ceuta, en un partido decisivo para la suerte final del campeonato, fue vital en el empate final (0-0). Por su calidad y por su oficio para parar el partido cuando Ñito quedó lesionado tras una mala caída. Y en la recta final del campeonato, también fue decisivo en la igualada (0-0) cosechada en el Insular.

Correa tenía además un fortísimo remate y había sido 27 veces internacional con Uruguay, selección con la que jugó la Copa América en 1956 y 1957. Tras el ascenso, fue el mejor jugador blanquiazul durante el efímero paso del Tenerife por Primera División. En medio del caos, disputó 29 partidos como titular y solo falló en una cita.

De regreso a la categoría de plata, fue tentado para retornar al Danubio y solo participó en las primeras jornadas, pues en noviembre regresó a su país. A pesar de lo inesperado de su marcha, la entidad blanquiazul le organizó una cena-homenaje a la que asistió la totalidad de la plantilla y en la que el presidente, José López Gómez, le impuso la insignia de oro del Tenerife.

Apenas dos años en el club le bastaron para hacerse acreedor a esa distinción. A Heriberto Herrera, que fue un excelente zaguero, le bastó un entrenamiento para darse cuenta de que tenía ante sí “al mejor central de América”.

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Fototeca: ACAN