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Institucional

El presidente CD Tenerife lee el pregón de las Fiestas del Cristo de La Laguna 2023

El atrio del Real Santuario fue el escenario elegido para dar comienzo a las fiestas de septiembre en Aguere. Paulino Rivero recuerda la relación del Real Hespérides y el CD Tenerife con La Laguna.

Fotografía: Sandra Acosta

Real Hespérides-Club Deportivo Tenerife. A cuenta de la rivalidad futbolística entre La Laguna y Santa Cruz

Pregón de las Fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna

7 DE SEPTIEMBRE DE 2023

Yo no soy hijo de La Laguna, pero siento esta ciudad y al municipio que la acoge como propios. 

Siendo así que esta noche me han invitado a pregonar la que sin duda es su fiesta mayor, debo agradecer y agradezco al alcalde de Aguere, Luis Yeray Gutiérrez, tal honor.
Alcalde, espero cumplir como se merece tan digno encargo y aburrir lo menos posible al respetable.

De la Fiesta y de las Fiestas del Cristo lagunero, de su génesis y de cómo pasó de cita únicamente religiosa –por eso que cada 14 de septiembre la Exaltación de la Cruz honre la Cruz de Cristo– a celebración cultural y lúdica en el sentido más amplio se ha escrito mucho y bien desde hace siglos.

Muchas de las personas que me precedieron en esta cita septembrina lo hicieron también desde variados e interesantes puntos de vista. Lo suficiente, en ambos casos, para caer en el riesgo de ofrecerles una lección de historia que añada o corrija a quienes abordaron el estudio de esta celebración desde múltiples ángulos historiográficos.

Siéndome aquella una tarea inabarcable, trataré de hacerlo desde otro punto de vista más ligado al deporte, porque algunos de sus valores más nobles se encarnan en la figura del Cristo y en toda su significación: el sacrificio, la entrega o la humildad, entre los más llamativos, a mi entender.

Voy a hablarles hoy de cómo La Laguna, el Cristo, su fiesta o la plaza a la que da nombre en los terrenos que durante siglos limitaron al este la villa diseñada por el ingeniero Torriani –esa Laguna “de extrema belleza”, como la definió la pintora británica Elizabeth Murray– estuvieron presentes en la génesis y el desarrollo del deporte isleño. Y del fútbol. Con dos protagonistas en particular: el Real Hespérides y nuestro CD Tenerife.
Trataré de hacer una aproximación urgente a esa relación abierta aún antes de que el club ya centenario que ahora me honra presidir viera la luz. Incluso sin que su predecesor, el Sporting Club Tenerife, lo hubiera hecho en 1912.

Porque resulta que a la vera del Cristo y de su santuario podemos situar uno de los primeros campos para la práctica del football –todavía escrito por entonces en su grafía original inglesa– con los que contó nuestra Isla. Lo recuerda el periodista Luis Padilla en el libro Centenario de una pasión, editado en 2022 por el CD Tenerife con motivo de sus primeros cien años de vida.
Y cito: “El escenario de la mayoría de los encuentros se traslada a la plaza del Cristo, en La Laguna, conocida entonces como plaza de San Francisco. Y como la sede de muchos equipos estaba en Santa Cruz, se hacía obligado el transporte de las porterías en las coquetas jardineras del viejo tranvía que en aquel tiempo unía a las dos principales ciudades tinerfeñas”.

Apunta así Padilla a cómo ya en la primera década del siglo pasado, La Laguna posee un papel relevante en los primeros pasos del fútbol canario. En 1903, nacen en esta ciudad el Patria y el Sporting Club Laguna, que en 1912 se funden en el Real Hespérides Club de Fútbol. El mismo 1912 que asiste a la creación –diez kilómetros abajo, sucediendo al primitivo Nivaria surgido en los primeros pasos del nuevo siglo– del Sporting Club Tenerife. Curiosamente también, aquel 1912 se completó con la promulgación de la ley de 11 de julio, que creó los cabildos insulares para dar un primer paso en el autogobierno de cada uno de nuestros territorios.

Hespérides y Sporting Tenerife mantuvieron desde entonces una sana competencia. Una rivalidad que se prolongó con el nacimiento del CD Tenerife, en 1922, teniendo hitos destacados como su participación al año siguiente, como equipo invitado, en el estreno del campo Hespérides, ante cuatro mil espectadores. Aquel primer recinto, llamemos oficial, del fútbol lagunero se levantó en el solar que luego ocupó el cuartel del grupo de Artillería, a la espalda del santuario del Cristo lagunero, lugar donde ahora nos encontramos.

Y es que también en 1922, el Tenerife había elegido al Hespérides como primer rival de su historia tras estrenarse –y entrenarse– un mes antes con un partido entre suplentes y titulares. El 5 de noviembre de aquel año, el desaparecido campo de Miraflores registró “una extraordinaria concurrencia” –según la prensa de la época– para ver un Tenerife-Hespérides que se repitió al domingo siguiente con “un lleno absoluto” [entonces unos tres mil espectadores] y clara victoria para los locales con dos tantos de Graciliano Luis y otro de Raúl Molowny, mientras Francisco Peraza [quién si no] anotó el gol de los laguneros.

No vayamos a pensar que aquella convivencia fue siempre de vino y rosas, al menos en los medios informativos, tan forofos entonces como cualquier aficionado pasional. En ese 1922, recogía el periódico La Información, editado en La Laguna, la crónica de un Hespérides-Tenerife (un empate sin goles) disputado en la plaza de San Francisco. En la pieza se decía de Pedro Rodríguez Bello, defensa blanquiazul: “Siendo un gran jugador, apareció en el campo con marcada arrogancia, pantalón demasiado corto y por lo tanto apretados músculos...”.
Además de críticas al juego, a los futbolistas y a los árbitros –ya vemos que algunos cronistas disparaban también entonces contra los mismos objetivos que en nuestros días–, los duelos entre laguneros y capitalinos daban pie a duros intercambios que hoy tendrían cabida en alguna tertulia descontrolada.

Tras otro Tenerife-Hespérides, en El Progreso, editado en Santa Cruz, se compara a los jugadores laguneros con pimientos, por lo que desde La Información se responde “al colega” señalando: “los del Tenerife aún valen mucho menos, ya que ni con tomates de secano merecen compararse, aunque tanto los tomates como ellos guardan próximo parentesco en granillaje”. Aclaro que el redactor debía referirse a la granilla, o semilla, de este fruto, siendo el granillaje otra cosa.

Y destaca también el cronista: “una vez más, se empeñaron los niños de la capital en demostrar su reconocida fama de mal comportamiento en casas ajenas”. Permítanme apuntar que semejantes duelos verbales solo eran a cuenta del fútbol.

Hasta 1944, con la apertura del estadio de La Manzanilla –hoy Francisco Peraza–, los duelos como local de aquel equipo que vestía camiseta azul celeste y pantalón blanco se dirimieron con la cercana vigilancia de la venerada imagen del Santísimo. Y es que podríamos afirmar que La Laguna se encomienda desde su nacimiento a San Miguel Arcángel, al patrón que le da nombre (San Cristóbal) y al Crucificado, adorado desde 1520 en la capilla mayor del convento de San Miguel de las Victorias.
Andando las décadas, el Real Hespérides rivalizó en el fútbol de la posguerra con el mismo CD Tenerife y el Real Unión de El Cabo, un pique que no impidió que los laguneros disputaran encuentros como local en el antiguo Stadium –hoy Heliodoro Rodríguez López– cuando la lluvia dejaba impracticable su campo.
Nuestros padres y abuelos recordaron siempre –y así lo transmitieron a quienes tuvimos desde chicos la pasión por el fútbol– la pugna por la supremacía insular o regional de estos tres clubes, enfrentados a los también poderosos equipos grancanarios Real Victoria o Marino.

Puede que la vinculación del tinerfeñismo con el Real Hespérides se entienda mejor desde la recopilación estadística que supuso la publicación del libro Centenario de una pasión, que antes citaba. Y es así porque solo dos de los 220 equipos con los que se enfrentó el CD Tenerife en partidos de competición oficial –el Real Unión y la UD Las Palmas– lo hicieron más veces que las 67 en las que lo hicieron los llamados Adelantados.
La presencia del Hespérides en la vida del Tenerife casi desapareció con el ascenso de nuestro club a la Segunda División. Hablando en términos competitivos supuso perder de vista a los clubes con los que rivalizó en los treinta años precedentes, antes en pos del dominio regional –porque no debemos olvidar que hasta 1949 la insularidad fue una excusa perfecta para que Canarias y sus equipos tuvieran vedado su concurso en el fútbol nacional– y luego por ocupar un sitio donde el fútbol y los futbolistas isleños merecían.
Pero hasta aquel salto al fútbol nacional que dio nuestro primer equipo el 31 de mayo de 1953, birrias y adelantados se cruzaron una y otra vez –hasta sesenta y siete veces, insisto, al margen de citas amistosas–, con resultados de todo signo. El Hespérides, como otros, sufrió el rigor del Tenerife tetracampeón insular entre 1932 y 1935, y mediados los años cuarenta, fueron los laguneros quienes vivieron sus mejores tiempos, refrendados por el campeonato regional de 1945.

En aquel título, curiosamente, fue decisivo el CD Tenerife. Llegada la última jornada, lo tenía en la mano el Real Club Victoria grancanario, pero un empate a uno de los blanquiazules en el Stadium de la calle San Sebastián dio el trofeo al Hespérides. Cuentan las crónicas de la prensa que cerca de dos mil aficionados venidos de Aguere cambiaron por un día de equipo para ayudar a hacer posible una gesta irrepetible en la vida del Hespérides. Como veremos luego, aquel favor con otro favor se pagó unos años después.

Pero hablemos antes de una fecha vital en la centenaria historia del CD Tenerife, que aquel domingo 28 de diciembre de 1947 pasó desapercibida. Ese día, un equipo que entonces era colista en el llamado Campeonato Regional de Tenerife –por detrás de Hespérides, Norte, Real Unión, Price e Iberia– tras sumar un punto en cuatro jornadas, cayó derrotado en su visita al Hespérides, entonces dominador indiscutible del fútbol insular. 
Retomo aquello del favor que con favor se paga. 

En enero de 1950, el equipo blanquiazul recibió el “apoyo incondicional” del Real Hespérides “para que el CD Tenerife nos represente en la empresa de intentar el ascenso a la categoría nacional”. No parecía poco aval, viniendo del club con más autoridad moral para reclamar la representación tinerfeña en la fase de ascenso a Segunda División, al sumar los laguneros cuatro títulos insulares consecutivos.
Aquel empuje del Hespérides pudo quedar en nada, porque ciertos manejos de la Federación Tinerfeña obligaron a que se disputara un torneo clasificatorio insular que ganó el Tenerife. ¿Cómo? Pues reforzado con cesiones de futbolistas del Price y del Norte. Y –favor con favor se paga– del Hespérides, que les cedió a Cándido, Arturo, Melquiades, Agustín, Méndez y Florencio.

Aquel último capítulo de esta relación de décadas acabó en mayo de 1951, cuando en Tenerife hubo un intento de fusión –a semejanza del proyecto que dio origen a la UD Las Palmas–, y se formó la Unión Deportiva Tenerife con jugadores de CD Tenerife y el Real Hespérides, además del Real Unión, Norte, Iberia y Price. Aquella iniciativa solo se frustró en una eliminatoria de ascenso a Segunda División en la que cayó ante el Levante en un partido de vuelta de recuerdo trágico por un pésimo arbitraje en contra. 

Dos años después, cuando el fútbol tinerfeño tuvo una nueva oportunidad de volver a colocar un equipo en las competiciones nacionales, CD Tenerife y Norte se desvincularon del proyecto, mientras Price, Iberia y Real Unión –al carecer de campo propio, el requisito para optar al ascenso– apoyaron al Real Hespérides. Birrias y Adelantados se midieron por última vez el 14 de mayo de 1953. Aquella cita en La Manzanilla cayó del lado visitante.

La relación del CD Tenerife con esta ciudad no se ciñe solo a su rivalidad con el Real Hespérides. La Laguna acoge hoy, en el barrio de Los Baldíos, una recién remodelada Ciudad Deportiva de Tenerife Javier Pérez de la que nos sentimos especialmente orgullosos. Es una infraestructura de primer orden en la que estoy convencido de que formaremos como personas y deportistas a niños y niñas que en el futuro acabarán siendo parte de nuestros primeros equipos, masculinos y femeninos, educados en los valores y el método con los que queremos distinguirnos.

Y La Laguna es también el CD Tenerife, como atestiguan los miles de seguidores o abonados del casco y de sus pueblos, de un extremo a otro, de Taco a Punta del Hidalgo, de Guamasa a La Cuesta.
La Laguna fue desde la génesis del fútbol en Canarias, foco decisivo para su desarrollo y cuna de jugadores que ayudaron a hacer a nuestro club más grande, colocándolo cuatro veces en la élite y siempre en el fútbol nacional desde su ascenso hace ya setenta años.

Una lista somera de laguneros ilustres del CD Tenerife solo puede ser encabezada por el delantero Graciliano Luis, componente del equipo fundacional en 1922. A él le siguieron, entre otros, Juan Padrón Morales, coetáneo de Alfonso Rodríguez (Foncho), que no triunfó en el Tenerife, pero sí en el FC Barcelona, desde donde alcanzó la internacionalidad absoluta con España.

Y más adelante, Mauro Pérez El Patanga, el portero Nemesio Alonso, el delantero Manuel Díaz-Espino (Lolín) o tres hijos del pueblo de Tejina: el guardameta Álvaro González y los defensas Francis Rodríguez y Pedro Martín, antecesores todos de Eduardo Ramos, aquel centrocampista de enorme despliegue y gran llegada al que debemos el éxito en la promoción de permanencia en Primera División disputada frente al Deportivo.
En tiempos más recientes, la serie la cierran el puntero Omar Ramos, un lateral de larga carrera como Ayoze Díaz, un mediopunta estilista (Cristo Martín) y un atacante explosivo (Nano Mesa). Y nuestro Suso Santana, símbolo de la época contemporánea del tinerfeñismo, 337 veces alineado con el club de su vida, al que ahora sigue ligado como entrenador del equipo de División de Honor juvenil.

Hoy, felizmente, también forma parte de nuestra plantilla el delantero Ángel Rodríguez, de vuelta al equipo con el que consiguió un ascenso a Primera antes de hacer carrera en la Península.
Y aunque no jugaron en el primer equipo blanquiazul, resulta obligado recordar a Juanito Beltrán (159 partidos con la UD Las Palmas) y al tacuense Juanito Rodríguez entre los naturales de este municipio que hicieron carrera en el fútbol nacional. Como antes José Antonio Pérez Bacallado (apodado Victoriero), jugando en el Cádiz, el Mallorca y el Levante. O un digno representante de la estirpe de la familia Wehbe, como el extremo Alí El Hajje –hermano del nunca olvidado Gamal–, que vistió de amarillo con el eterno rival de la isla vecina, en la misma condición que hoy lo hace Maikel Mesa, en el Real Zaragoza.

Acabo como empecé. Yo no soy hijo de La Laguna, pero siento esta ciudad y el municipio que la acoge como propias. Espero que sientan como suyas estas palabras y este pregón les haya sonado lagunero, tanto como esta copla que creo que simboliza en cuatro versos lo que el Santísimo Cristo de La Laguna representa para cualquier canario que a él se acerque:

“Al Cristo de La Laguna, 
mis penas le conté yo.
Sus labios no se movieron
y, sin embargo, me habló”.

Muchas gracias,